Muñeca.

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martes, 21 de junio de 2011

Cuarenta años de fracasos.










Richard Milhous Nixon proclamó, el 17 de junio de 1971, “la guerra contra las drogas” con un mensaje desde la Casa Blanca y frases para el bronce, rescato la siguiente:

“(…) el enemigo público número uno de Estados Unidos es el abuso de las drogas. Para poder luchar y derrotar este enemigo es necesario llevar a cabo una ofensiva nueva y plena. Ésta será una ofensiva a escala mundial abordando los problemas con las fuentes de oferta, como también con estadunidenses desplegados en el extranjero (…)”. Cualquier semejanza con la belicosidad de Felipe Calderón no es fortuita.


Si nos atenemos a las cifras de la Comisión Global sobre Política de Droga, de la Organización de las Naciones Unidas --integrada por expresidentes de Brasil, México y Colombia, primeros ministros de cinco países y Kofi Annan, otrora secretario general de la ONU, además de prominentes empresarios y artistas--, el consumo de opiáceos se incrementó de 1998 a 2008 en 34.5 por ciento, el de cocaína en 27 y el de mariguana en 8.5 por ciento.


Por ello, exigieron revisar la estrategia, reclamo que adquiere fuerza por toda la aldea y en EU Jimmy Carter apoyó el diagnóstico de los comisionados y recordó que en 1977 pronunció un mensaje en el Congreso estadunidense en el que propuso despenalizar la posesión de menos de una onza (28 gramos) de mariguana y un programa completo de tratamiento, amén de advertir el peligro de “llenar a nuestras prisiones con jóvenes”. Lo cual evidencia la falsedad de la tesis de que hasta que son “ex” abogan por la despenalización gradual y progresiva de las drogas, bajo control del Estado y en consenso con la comunidad internacional, por lo menos de los países más demandantes y los grandes productores.


Cuatro décadas después de la guerra contra las drogas, decretada por el genocida que en Vietnam fue derrotado en el campo de batalla por los insurgentes que aún no eran estigmatizados como “terroristas”, EU tiene el 5 por ciento de la población mundial y 25 por ciento del total de los prisioneros del planeta, 2.3 millones de reos frente a los 300 mil de 1972. Uno de cada 31 estadunidenses adultos está en prisión, en libertad bajo fianza o condicional.


Desde la óptica presidencial, la del que busca prolongar su estadía en la Oficina Oval, así sea negando y renegando de propuestas reformadoras con las que cultivó a millones de incautos, el cuadro estadunidense es muy distinto porque lo observa en porcentajes y no en números absolutos, o en forma combinada.


Para Barack Hussein Obama el consumo de drogas en el país de los adictos por excelencia es de la mitad respecto a 1981, la producción en Colombia se ha reducido en casi dos tercios y miles de consumidores no violentos se encuentran en centros de tratamiento en lugar de tras las rejas. Por supuesto que se guardó la cifra de los pacientes y omitió que tras la invasión de Afganistán floreció como nunca la producción de opio, además de que metió a México en un baño de sangre que --según George Shultz, secretario de Estado de Ronald Reagan, y Paul Volcker, exsecretario de la Reserva Federal-- las bajas mexicanas en “la guerra contra las drogas” son equivalentes a las estadunidenses en las invasiones de Vietnam y Corea. De ese tamaño es el desastre de Calderón para legitimarse en Los Pinos, pagar las facturas a los altos mandos de las fuerzas armadas que lo encumbraron y corresponder a las necesidades e intereses de Washington.


Estos señores no escuchan ni a sus propios pensadores, como Milton Friedman quien escribió: “La ilegalidad crea ganancias obscenas que financian las tácticas asesinas de los capos del narco, la ilegalidad lleva a la corrupción de oficiales de seguridad pública”.














































































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