La manipulación mediática de las emociones básicas: amoríos ajenos disfrutados con cargo a la cuenta de la realeza anacrónica que así es reivindicada y promovida mediante cuentos de príncipes en casorio; cuasi santidades (la beatitud como mero escalón de rutina) otorgadas con prontitud sin precedente para enaltecer el recuerdo de un papa que encubrió a derechistas represores y pederastas de legión, todo en busca de limpiar un poco la cara del catolicismo gerencial tan en picada en años recientes; y la exaltación del patriotismo fácil y la división del mundo en buenos y malos mediante acometidas de policía mundial del poder gringo en Pakistán, para exterminar sumariamente a un hombre al que se declara formalmente como Osama Bin Laden, sin mayor prueba que los supuestos exámenes practicados por los mismos especialistas que años atrás determinaron una guerra criminal aduciendo la existencia de inventarios de armas químicas que nunca se encontraron, porque nunca existieron. Bodas de la realeza, fiestas vaticanas con fantasmas exhumados y venganzas imperiales retardadas, con el episodio mediáticamente menos resaltado del ataque a Kadafi en el que murieron un hijo y tres nietos del coronel libio que resultó ileso.
Desde el mirador mexicano, lo más destacado de la boda del príncipe inglés fue la ridícula recurrencia de una paisana a la huelga de hambre para tratar de conseguir un pase de entrada al espectáculo matrimonial. Y, en la pista de las celebraciones del Cid Campeador Católico, Juan Pablo Segundo, la asistencia del jefe formal del Estado mexicano a una ceremonia netamente religiosa, pero hipócritamente disfrazada en papelería oficial pinolera de acto "del Estado Vaticano", con el que el felipismo tendría mucho interés en mantener buenas relaciones de alto nivel, aunque fuera con las rodillas en tierra y las plegarias en los labios, no solamente las propias del ritual de los creyentes, sino también del oportunismo político que invitó al actual pontífice, Benedicto Ratzinger, a visitar México para que ayude a remontar la crisis sangrienta e institucional que el acólito de iniciales FC casi atribuye a la Divina Providencia y no a su lamentable desgobierno: "estamos sufriendo", dijo el panista michoacano al Papa, como hablando de cosas ajenas, de desgracias no provocadas por él, y encomendando con sentido nada republicano los problemas del Estado mexicano a la intercesión del jefe de una comunidad religiosa que históricamente nunca da brinco sin huarache a la hora de convalidar políticos tembeleques.
La peliculesca intervención gringa en Pakistán también tiene referencias con la situación mexicana. No fue justicia, sino venganza: un exterminio claro y directo, cual si de capo en desgracia se tratara (un jefe de jefes en Cuernavaca, un Coronel en Guadalajara, por citar casos famosos). Obama observando en un cuarto de comando la acción contra Osama, al mejor estilo de cualquier película estadunidense patriotera. Ningún respeto por lo que quedara de soberanía o dignidad del país en una de cuyas ciudades pequeñas las fuerzas gringas de elite entran sin avisar para cumplir la orden trasnacional supuestamente legitimada, porque en Washington la firmó el presidente del mundo (pongan las barbas a remojar quienes hayan sido acusados de constituir alguna variante de los peligros para la seguridad nacional gringa que la Casa Blanca y el Pentágono van definiendo).
El control de las emociones mediante el manejo mediático: realeza y vaticanismo reivindicados mediante escenas propicias. Y, en el caso de Bin Laden, la imposición de una versión mortuoria a partir de la nada o de casi nada: no hay, a la hora de cerrar esta columna, una prueba vigorosa e incontestable de que Osama hubiera sido abatido, más que la relatoría de los ejecutantes estadunidenses que no solamente rehuyeron la posibilidad de abrir a otros ojos y criterios el material fúnebre necesitado de constatación plural y confiable para darse por cierto, sino que, incluso, en un arranque fundado de manera tragicómica en un supuesto respeto a tradiciones culturales del finado, lo habrían tirado al mar con una rapidez que solamente aumentará el escepticismo, incrementará las leyendas y dejará el caso en el mismo nivel de incredulidad que en México provocó el desenlace de Amado Carrillo, llamado El señor de los cielos. Sazonado todo con el ingrediente electoral de Obama en busca de un nuevo periodo (como si Calderón anunciara el apresamiento de El Chapo un poco antes de los comicios de 2012).
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