Cargado de ilusiones –como el jibarito de la triste canción Borinquen– el señor Calderón partió hacia el norte en búsqueda de apoyos. En lugar de rellenar sus alocados sueños regresó con las manos vacías, trampeado y con el futuro bajo cuestión. Barack Obama no atendió sus requiebros públicos enderezados contra un diplomático que ha enviado molestos recados a su sede. El problema, finalmente, lo tienen los políticos, funcionarios y empresarios mexicanos que hacen de la embajada estadunidense su paño de lágrimas y el rescoldo de sus tribulaciones disfrazadas de sinceras netas palaciegas. Algo ha salido terriblemente mal para el señor Calderón. Sus amigos americanos, que en un principio al menos trataban de darle oxígeno, han terminado por abofetearlo en público. No habrá cambio de embajador en el corto plazo. El señor Pascual está, a ojos de sus superiores, sirviendo bien a sus intereses, dijeron sin titubeos los voceros respectivos.
Fue el señor Calderón quien prometió revisar, una vez en casa, la petición de armar a los agentes foráneos que desempeñan variadas funciones en México. Las demandas en ese sentido, mediante voces oficiales cada vez más pesadas y exigentes, han ido subiendo tanto la frecuencia como el volumen. La imagen de incapacidad y subordinación que regó a puños el panista michoacano no tiene referente en la historia reciente de este país. Es de pena ajena y muy pocos de sus allegados se atreven a sacar la cara por él. Tal vez el precedente del fantástico ridículo lo hayan puesto los funcionarios de su gabinete. Uno, porque predijo una vida desahogada para mexicanos que alcanzan 6 mil pesos de ingresos al mes. Otros porque han negociado, con altavoces de apoyo cotidiano del oficialismo radiofónico, la vuelta al aire de Mexicana un día sí y otro también. Ambos aspectos de la actualidad, señeros, qué duda cabe, en la panorámica actual de la ineficiencia panista. Para completar tan dramático escenario hay que mencionar la inexistente acción gubernamental para mediar entre los gigantes de las telecomunicaciones que siguen, sin rubor que valga, deschongándose en público. Al parecer no hay, por estos laredos del Señor, ningún valiente que, cumpliendo con su deber, ponga a los belicosos en su lugar y vele por el bien del consumidor.
La guerra del señor Calderón contra el crimen organizado ha entrado en una fase oscura y, posiblemente terminal. Los estadunidenses tiemblan ante la posibilidad, nada lejana, de que la actual administración panista profundice su crisis de legitimidad, desasosiego, pérdida de rumbo y parálisis. Lo seguro es que los priístas, por su parte, hacen como si el eco les llegara tarde e inaudible. No sueltan prenda sobre postura alguna respecto de los temas de hoy y los que pudieran adoptar en el futuro. Contados (uno o dos de ellos, no más) son los que se atreven a decir esta boca es mía. Consecuentes con su tradicional manejo tras bambalinas de los asuntos generales apenas emiten sonido alguno al respecto. Pasan por el horizonte de los problemas actuales disfrazados de mobiliario para que nadie se inquiete por sus maniobras. Saben que no pueden provocar reacciones contrarias a sus ambiciones por parte del imperio o de los grupos de presión internos. Ellos siguen puliendo sus taimados afanes de hacerse con la Presidencia. Un ejemplo de malabarismo discursivo lo puso su nuevo "líder" partidario: Humberto Moreira. Atiborrado de lugares comunes, saludos grillescos y retóricas propuestas. El profesor coahuilense, revestido de fajador inerte, puso en acción una auténtica obra ya vista, sufrida y oída en exceso. Así, de esta sobada manera, piensan los priístas encumbrados ganarse el fervor ciudadano. De esa manera desean convencer a los votantes sólo porque prometen una nueva manera de hacer política. Una baladronada que se congela en una camisa impecable, un rostro anodino y una colección de frases huecas con tufos de positivismo inveterado que Televisa recoge con presuroso artificio.
Lo cierto es que el combate al narcotráfico se ha encasillado en patrones de violencia sin control. No tiene salidas airosas, responsables y dignas. Los muertos, de seguir por esta destructiva senda, seguirán aumentando. Los daños colaterales darán el color prohibido a esta tragedia. El cambio de tan dramática estrategia se avecina y no habrá escapatoria que valga. Ningún mexicano digno puede seguir sumando muertos. Esos que caen en las calles son connacionales, seres humanos. No vinieron de Marte o Venus. Son jóvenes que en su mayoría han perdido la brújula del porvenir asequible, honesto, sencillo. Son personas que han optado, en su desesperación y nulos horizontes, por la vida corta, ilegal y loca. En mucho han sido olvidados, dejados por el poder público a la desventura. La mayoría son vistos, desde mucho antes de su enrolamiento en el crimen, como sucia carne de cañón. Esa mayoría de reserva que abarata costos, aptos para la humillación y las tareas ignominiosas como son calificados por los de arriba, devienen, de manera directa, de la injusticia reinante, de los privilegios indebidos y la cerrazón de oportunidades. Sólo son aceptables cuando se les traduce como cifras de remesas con las cuales compensar, desde la hacienda pública, la balanza de pagos. La hora del cambio se acerca y pocos son los que le harán frente.
Mientras los vecinos del norte se niegan a disminuir un consumo cada vez más abierto, aceptado y visto como fenómeno cotidiano y normal, aquí seguimos limpiando la sangre de las calles, recogiendo cabezas y descolgando ahorcados. Los miles de productores del campo siguen cultivando parcelas poco rentables al esfuerzo desplegado y no se les abren puertas decentes. La legalización de las drogas llegará en cascada desde el norte y no, como debía ser, por la propia deliberación. El tráfico de armas, incontrolado por la voluntad de inescrupulosos negociantes, se deriva de una cultura donde rige la ley de la captura. Y así seguirá hasta que, cansados o aterrorizados, los mexicanos respondan con la correspondiente intransigencia e inicien su pospuesta rebelión de conciencias con vistas a una sociedad responsable, solidaria y justa.
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